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lunes, 4 de marzo de 2013

Los Mayas no estaban tan equivocados..



A lo mejor los mayas no estaban tan equivocados, y bien sea por una incorrecta medición nuestra del periodo que contemplaban como Quinto Sol, debido a las muchas modificaciones y ajustes que ha habido con los calendarios juliano y gregoriano, o bien a que una desviación de uno o dos o cinco años es irrelevante para un periodo de 5200 años —vamos, ni decimales—, pudiera ser que ese fin del ciclo que vaticinaron todavía esté vigente. 

Ninguno de los peligros que señalaron ha desaparecido, y lo que es peor, la confluencia de las profecías más antiguas, ya sean de profetas religiosos o de videntes laicos, así parecen atestiguarlo con cada nuevo acontecimiento relevante que se da en nuestro entorno. Tal vez, el único error que han tenido muchos no ha sido creer, sino pensar que había un día D y una hora H en punto, y no un ámbito o periodo en que los sucesos derivan en un desenlace.

El tiempo se acelera hasta alcanzar un ritmo vertiginoso. La suciedad y la corrupción, todos los delitos y la falsedad de la Historia que entendíamos como limpia y coherente, está siendo exhibida junto a sus miserias a la luz, a los ojos de todos, descubriendo un panorama de saldo y resultado. No sólo implica lo forzoso de poner los pies en la tierra a quienes navegaban por las nubes y creían que los pájaros mamaban, sino que obliga a cada quien a tomar postura en uno de los dos equipos que están quedando: o blanco o negro, o Bien o Mal. Así de fácil.

Ya no restan excusas para ver.

Los ojos están siendo abiertos a la fuerza de los hechos, y sólo los muy fanáticos o los muy imbéciles son incapaces de comprender que lo creían bueno —sistema, partido, forma de vida, etc.-, no sólo no lo es, sino que en realidad se trata y se ha tratado siempre de modos que han utilizado los perversos para someter, controlar y vivir a costa de. Lo he dicho mil veces: una perra sólo puede alumbrar —generar— un perro, un cerdo otro cerdo y un sistema basado en la codicia, codicia. La realidad, las noticias de cada día, están poniendo esta verdad elemental tan a la luz que nadie, ni los ciegos, pueden ya negarla. Y me temo que esto no es sino el principio.


No sólo no han desaparecido los enormes riesgos que suponen la economía —la falsa crisis de que la he venido hablando en los últimos años—, el genocidio de masas que se está urdiendo en Siria-Israel-Irán, el no menos peligroso de Corea del Norte o el potencial conflicto que se está gestando entre China y Japón, el cual podría involucrar fuerzas impensables, sino que no hay ingeniero que ya pueda reparar un sistema que está colapsando sobre sus propios cimientos, siendo más que previsible que cualquier día de estos nos desayunemos con la noticia de que no tenemos sistema sobre el que soportarnos y que nuestro dinero no vale ni su peso en papel. Vivimos, en fin, en el filo de una guadaña.

Las noticias se precipitan inexorablemente, y todas ellas empujan a un balance, a una división de fuerzas en dos únicos bandos. Ya no hay duda de que los Estados son nidales de corrupción, de que los partidos, partidas o bandas políticas han estado jugando con la buena fe de los ciudadanos y que cada cual que ha tenido poder suficiente como para hacerlo no ha dudado en servirse de lo que sea y de quien sea para hacer dinero y vivir bien. Poco le ha importado a cualquiera de estos delincuentes del poder en adulterar los alimentos, las medicinas, las conciencias o las fes para salirse con su encanto de ser los reyes de la montaña de excrementos. Y, como fue vaticinado, parece que llega la hora de hacer ese balance y abonar deudas.

Lo peor de todo es que la exultación de los sentidos con que los poderes entontecieron a las masas para distraerlas, o bien para hacerlas copartícipes del latrocinio y perversión, se han manifestado como placeres no sólo efímeros, sino también baldíos. De poco le valdrá a quien ha comido con gula su satisfacción pasada cuando llega el hambre, salvo para que su sufrimiento sea mayor. Y así con todo. Los hombres, las masas, seducidos por sentidos parciales y confusos, gozos mínimos y un porvenir sin consecuencias, cayeron en la trampa de los perversos, y hoy todas sus conquistas se develan como pírricas.

Sus fortalezas, la solidez de sus fes y la determinación que les proporcionaban sus credos, las vendieron por un plato de lentejas, y hoy ha quedado buena parte de la población ante la soledad del fracaso personal, posiblemente sentimental y con toda seguridad vital, acaso no viendo otra solución que el suicidio porque no comprenden que sí que hay un más allá, un después, un punto y seguido. Incluso cuando la noche está más oscura se debe tener la seguridad de que amanecerá, pero para eso, claro está, hay que tener fe y hay que tener esperanza. Una esperanza que los placeres y la materia ocultaros o ahogaron, dejando al hombre solo ante su propia soledad, quién sabe si comprendiendo demasiado tarde que lo único que cuenta son las emociones, los afectos y desafectos, y en ningún caso los bienes materiales.

No; es muy posible que los mayas no estuvieran demasiado equivocados, ni que lo esté san Malaquías o el profeta que se quiera, sea Juan o Daniel.

Todos ellos coinciden en lo mismo: aquí y ahora esto se acaba, y quien no tenga una fe a la que aferrarse, sentirá con dolor cómo tiembla el suelo bajo sus pies. Quienes alguna vez han tenido un estado alterado de conciencia, ya sea por haberse tomado un tripi, tenido una experiencia de muerte aparente o haber sentido en algún momento esa fugaz iluminación que propicia el panafecto, saben que todo, lo material y lo humano, conforma un red prodigiosa en la que todo está ligado, unido indeleblemente por fuerzas que no son capaces de definir siquiera los científicos.

Lo que hace uno nos repercute a todos, de modo que es importante cada maldad, pero lo es también cada bondad, y cada buen deseo contrarresta y anula a los malos deseos de los otros.

Es la fe, el credo, lo intangible, lo que hace la vida soportable. Es el quanto inexistente lo que le da la razón de ser a la materia —el universo mismo—, y es lo intangible de la vida, lo impalpable, lo emocional, sentimental o ideológico, lo que da sentido a la vida. Quien revisa su propio pasado, comprende que nada material tiene importancia, que todo lo que tiene algún valor está dibujado en una clave intangible, inasible, espiritual. Está llegando la hora antes del último acto, y todos tendremos que elegir un bando de los dos únicos que quedarán. 

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